En medio de la orgía financiera cuyas devastadoras consecuencias estamos pagando entre todos, se decidió llamar “El Reino de Don Quijote”, ni más ni menos, a un delirante megaproyecto urbanístico de la región de La Mancha. Sus promotores, con pleno apoyo oficial, se apropiaron del personaje de Cervantes para trocar los delirios de libertad del hidalgo en codicia monetaria. Hoy, el proyecto está en crisis y camino al concurso de acreedores. Nada más lógico, pues si hubieran leído el Quijote sabrían que a sus héroes no se ofrece más que un reino de mentira, la ínsula Barataria, que sólo sirve para tomar el pelo al pobre Sancho Panza.
Las grandes obras de la literatura parecen ser inmunes al manoseo de los mercachifles. Y al final imponen la grandeza de sus palabras como sabia venganza contra quienes pretendieron manipularlas. En estos tiempos difíciles, tan propicios para la mezquindad, la lectura es sin duda un santo remedio.