La vida política italiana de los últimos veinte años ha sido en realidad el relato de una fuga. Como en un filme de Hollywood, el tres veces primer ministro Silvio Berlusconi no ha dudado en arrastrar al lodo a una nación entera para intentar evadirse de sus responsabilidades, dejando tras de sí una crisis institucional y una estela de descrédito de la clase política sólo equiparables a los estragos que un Bruce Willis puede causar en el tráfico de Nueva York. Sólo que esta ocasión el protagonista de la fuga no es el bueno de la película.
Un tribunal de Milán acaba de condenar a Berlusconi a siete años de prisión y a la inhabilitación permanente por prostitución de menores y abuso de poder. Y aunque maniobre para tratar de zafarse, todo apunta a que su escapada ha llegado al final. Tal vez no vaya a prisión o pase por ella como un turista, pero su inhabilitación es la medicina que necesita Italia para desinfectar su vida política.