La corrupción de la vida política comienza mucho antes de que un político decida llenarse el bolsillo. Nace de la pérdida del respeto a los rivales y de la disposición a decir cualquier cosa con tal de desacreditarlos. Es en el desprecio absoluto al otro donde germina la falta de respeto a sí mismo.
El apogeo corrupto que vive el PP (Bárcenas, Gürtel y cía) ya venía anunciado cuando, desde la oposición, se lanzó a la más vergonzosa campaña de calumnias de la historia política de la democracia española (la que acusaba al PSOE de connivencia con ETA). Ahora el Tribunal de Estrasburgo ha obligado a poner en libertad a etarras que tenían cumplidas sus penas y las mismas asociaciones de víctimas que el PP utilizó contra el PSOE se han vuelto contra él, obligándole a mirarse en el espejo de sus manipulaciones. Que el PP invoque hoy sus muertos para rebatir las críticas, sólo resalta su mezquino olvido entonces de los muertos ajenos.