Lo que está sucediendo en Gaza es un crimen y el número de víctimas civiles, la irrefutable prueba de cargo. Pero las legítimas protestas contra ese horror no pueden convertirse a su vez en semillas de nuevos horrores. Al calor de la indignación medran insultos y argumentos de un repugnante antisemitismo y el odio a los judíos ya arrastró antes a Europa al infierno.
Ciertamente, el gobierno de Israel ayuda a reavivar ese odio al manipular el sufrimiento histórico del pueblo judío para justificar sus actos. Pero a la irracionalidad del odio hay que oponer la crítica racional y solidaria. Solidaria con las víctimas de Gaza, pero también con los ciudadanos de Israel víctimas de atentados palestinos y con los que se arriesgan a defender la paz. Israel no es el pueblo judío, es un estado constituido. Hay que criticar sus políticas, no la condición religiosa o étnica de sus habitantes. Y cerrar las puertas a nuestros demonios.