La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EE.UU. confirma la nefasta influencia de la estupidez en los asuntos humanos. No se puede calificar de estúpido a Trump: él actúa movido por sus intereses y lo hace sin escrúpulos. El peso de la estupidez recae sobre quienes lo han votado y sobre quienes se han negado a votar a Hillary Clinton so pretexto de que era igual o peor que él. Porque el estúpido es quien causa un mal a otros e incluso a sí mismo sin obtener ningún beneficio.
Entre todos han dado las riendas del mundo a un personaje de opereta. El antidemocrático sistema electoral de EE.UU transforma una diferencia en votos del 0,2% en una diferencia de más del 10% en número de representantes. Pero es la estupidez de los descontentos con las élites que han votado al payaso y la de Susan Sarandon y quienes como ella negaron su voto a Hillary la que ha hecho posible esta catástrofe. Tiempo habrá para lamentarlo.