El anuncio de la disolución definitiva de ETA es una buena noticia, pero bien amarga. Pone fin a casi 60 años de muerte, miedo y abusos. Una larga historia de violencia que continuó más allá de toda lógica.
A los 829 muertos que causó, las 20.000 personas que dejó heridas física o psicológicamente, las 10.000 personas que chantajeó, las miles que tuvieron que exiliarse del País Vasco o que vivir en él con la muerte pisándoles los talones… a todo eso, hay que sumar su contribución al fortalecimiento del terrorismo de Estado y del autoritarismo en la sociedad española, que durante todos estos años encontraron en ETA el mejor argumento para justificar su existencia y amenazar así la libertad de todos. ETA no ha conseguido nada de lo que pretendió alcanzar con las armas, pero sí ha servido para minar y ayudar a corromper la democracia española. Su existencia no sólo ha sido criminal e inútil, también ha sido cruelmente estúpida.