El Nobel de Literatura tiene en ocasiones la virtud de hacer descubrir autores que muy pocos conocían. Hay prestigios consolidados en reductos de conocimiento que apenas hallan eco en el barullo del mundo. Es el caso del poeta sueco Tomas Tranströmer. Muchos apenas sabíamos de él hasta que ayer su nombre se hizo mediáticamente universal. Para los conocedores de la literatura nórdica es la consagración de la ola literaria que nos llega del frío. Para los demás, la ocasión de descubrir una literatura sutil que ha hecho del elogio del silencio su principal atributo.
“Me encuentro con huellas de pezuña de corzo en la nieve./ Lenguaje, pero no palabras”, escribe el poeta, que proclama su fascinación ante el poema que “crece, ocupa mi lugar”. Silencio frente a palabras, como una nota blanca en medio de una canción. Un necesario paréntesis. Para apreciar mejor la melodía, para que las palabras recobren algún día su sentido.