Es como cuando los entrenadores piden tiempo en un partido de baloncesto. Hace falta un respiro. El mundo está que arde y es necesaria una dosis salvadora de inteligente mala leche. Como la de esta noche en Lisboa, en la inauguración del IV ciclo de cine español con el filme “La mosquitera”, de Agustí Vila. Un cuento cruel en el que Emma Suárez ejecuta una de sus extraordinarias actuaciones.
La moderna incapacidad de comunicación de sus personajes, encerrados en su deseo de amor e incapaces de ofrecerlo y recibirlo, inquieta al público, que asiste a los desvaríos de la familia protagonista mientras sospecha que no están tan alejados de su vida como parece. La actriz, que asistía al acto, explicó que durante toda su carrera, iniciada a los catorce años de edad, había oído decir que el cine estaba en crisis. Una buena metáfora de nuestra sociedad, que se adentra en una crisis como la del 1929 como si no hubiera pasado el tiempo.
Los Mercados no tienen voluntad ni desean ni temen. Porque no existen. Sólo son el juego de máscaras tras el que actúan los seres que sí tienen voluntad, deseos y temores, los que están dotados realmente de existencia, los que compran, venden y marcan las reglas: los mercaderes. Los banqueros, empresarios, políticos, asesores y miembros de consejos de administración.
En el teatro del mundo, los Mercados acechan a las economías de los países. Sus aspavientos tratan de ocultar que quienes se enriquecen con la crisis son aquellos que la provocan y que los millones de euros que salen del bolsillo de trabajadores y pequeños empresarios van a dar al de esos mercaderes que tanto sacrificio piden. Decía el novelista Alejandro Dumas hijo que sólo se pueden crear personajes cuando se conoce bien a los hombres. La invención del personaje de los Mercados prueba que sus autores saben perfectamente cómo jugar con nuestros miedos.
Noche de Difuntos. La entrada al día de Todos los Santos. La ocasión de transformar las calaveras en dulces, en México, o de vestir disfraces infantiles, en Estados Unidos. ¿Cómo celebrarán la fecha las aguas del Río Bravo, según lo llamen del lado mexicano, o Río Grande, si lo nombran los estadounidenses? Ellas son sarcófago fugaz de tantas vidas, que bien pudieran tener una opinión. Como las aguas del canal de la Florida o las del estrecho de Gibraltar.
En el globalizado planeta de las estadísticas, sabemos las de cada epidemia de gripe o las de la implantación de Internet en el mundo, pero no hay cifras globales de los muertos cosechados en tantas fronteras donde quienes buscan desesperadamente una vida mejor terminan por perderla. Trágicos sueños que se repiten como olas, como un latido, como los versos que Bocángel escribió en el siglo XVII: “Tu obstinado cadáver nos advierte / que hay vida muerta, pero no vencida”.