Las sensatas críticas de la fiscal general de Venezuela y del presidente Maduro a la resolución del Tribunal Supremo, por la que éste se arrogaba las competencias del parlamento dinamitando la división de poderes del Estado, han hecho que el órgano judicial dé marcha atrás en su disparate. La democracia sale fortalecida con esa vuelta al respeto institucional.

Pero la situación de tensión entre los órganos del Estado dirigidos por chavistas y los dirigidos por antichavistas permanece. La propuesta de parlamentarios de la oposición de cargar contra los jueces del Supremo echa leña a un fuego que ambas partes alimentan irresponsablemente, con una escalada de feroces descalificaciones tras las últimas elecciones presidenciales y legislativas, y que la pretensión intervencionista de la OEA sólo ha agravado. El gesto conciliador del ejecutivo debería recibir una respuesta también sensata desde la oposición.

Tras las últimas elecciones, Venezuela ha vivido un pulso político sin escrúpulos entre el chavismo, para cuestionar la legitimidad del parlamento electo, y la oposición, para destituir al presidente de la república electo. Ahora, el Tribunal Supremo retira las competencia al parlamento venezolano acusándolo de desacato y asume sus funciones, en un disparate político y legal que sólo puede ser calificado como golpe de estado, pues anula a uno de los tres poderes −el legislativo−, emanado directamente de la voluntad popular (cosa que cabe aplicar también al presidente electo, por más que la oposición haya querido ignorarlo hasta ahora), y altera el orden constitucional al ser el poder expoliado el que representaba la pluralidad política de la nación.

La oposición venezolana lleva años gritando dictadura, cuando no había tal. Ahora que de verdad llega, les sucede como en el cuento del lobo: nadie les hace caso.

Viernes, 10 Marzo 2017 10:09

La prensa, Podemos y el boomerang

El comunicado de la Asociación de la Prensa de Madrid denunciando presiones y amenazas de Podemos a periodistas, que en teoría debería ser un de acto de defensa de periodistas, se ha convertido en una autoacusación de las carencias del periodismo español de hoy. El secretismo de su contenido (se acusa sin nombrar a los acusadores, sin nombrar a los acusados –porque son personas las que han proferido las supuestas amenazas y no se ha acreditado ninguna resolución de los órganos de dirección de un partido que propugne su uso− y sin aportar las pruebas) desvirtúa radicalmente su propósito formal. E invocar el secreto profesional en este caso es un despropósito. En primer lugar, porque la APM no es un medio de comunicación y su tarea no es informativa. En segundo, porque las denuncias sin pruebas ni nombres de acusadores son propias de los tiempos de la Inquisición, no de la sociedad de un Estado de derecho.

El secreto convierte lo que debería ser una denuncia, contra quienes se supone que han amenazado a periodistas, en una herramienta para de amenazar a un partido político, que casualmente es especialmente crítico con los poderes económicos que, como ya se ha acreditado reiteradamente, condicionan y manipulan el periodismo español de hoy. La dirección de la APM tenía que ser consciente de eso cuando tomó la decisión de arremeter contra Podemos como fuerza política y no contra los autores de las amenazas. Si lo era, el comunicado revela un inaceptable servilismo a los poderes fácticos. Si no lo era, es prueba de una irresponsabilidad que cuestiona su capacidad para defender los intereses de una profesión tan maltratada.

La única forma de reparar el daño es poner las denuncias concretas sobre la mesa, hacer pesar las palabras y las actitudes, de modo que se pueda valorar el alcance de las amenazas, si las hubo, amparar efectivamente a quienes las sufrieron y exigir a quienes los amenazaron que cesen en su actitud y a los responsables de los medios de comunicación para los que trabajaban esos periodistas, que defiendan a sus trabajadores frente a amenazas de terceros (para defenderlos frente a las amenazas que vienen de la propia empresa editora se supone que debería estar la APM). Y en adelante, proceder a una defensa de oficio de los periodistas frente a las presiones y amenazas recibidas desde las instituciones y desde las diferentes fuerzas políticas, empresariales, sociales o religiosas, y no sólo frente a las que puedan realizarse desde un determinado grupo político que incomoda a los propietarios de la mayoría de los grandes medios de comunicación. Porque la doble vara de medir es la que tiñe de hipocresía un acto que debería de ser de defensa profesional y lo transforma en un boomerang contra la profesión.

La muerte del líder histórico de la revolución cubana, Fidel Castro, evidencia una vez más la distancia que hay entre la realidad y los sueños. Pocos esfuerzos liberadores han sido más justificados y han despertado mayor entusiasmo que el iniciado en 1959. Su intento de dotar a Cuba de justicia y de voz propia independiente en el mundo forma ya parte del acervo de progreso de la Humanidad.

De igual modo, la deriva autoritaria del régimen revolucionario bajo la Guerra Fría y los errores voluntaristas de sus dirigentes, que tanto desgaste han producido en la población de la isla, advierten de cara al futuro sobre los peligros de un socialismo sin pluralismo. Cuba es una nación soberana con innegables avances sociales. También es un país lastrado por la falta de crítica interna plural indispensable para evitar o corregir abusos. Conciliar justicia social y pluralismo democrático es el reto de la Cuba que deja a su muerte.

Las manifestaciones contra la elección de Trump en diversas ciudades de EE.UU reflejan más que una simple frustración. Ahora vencedor y derrotada hablan de unidad, pero estas elecciones han mostrado al mundo una democracia herida en el corazón: Clinton ha obtenido 500.000 votos más que su rival y no va a ser la presidente del país. El perdedor es quien va a serlo. Y eso es posible porque la voluntad popular, base de la democracia, es deformada por un sistema electoral aberrante aceptado por el stablishment de ambos partidos pero que traiciona el mandato de los ciudadanos.

Hay incluso una iniciativa de improbable éxito para exigir a los representantes republicanos en el Colegio Electoral que respeten la voluntad mayoritaria y elijan presidente a la candidata que fue más votada. Lo que sí parece claro es que un gobierno nacido de semejante manipulación no va a tener legitimidad para dar lecciones de democracia a nadie.

*Link a la iniciativa para pedir que el Colegio Electoral elija al candidato que más votos tuvo: https://www.change.org/p/electoral-college-electors-electoral-college-make-hillary-clinton-president-on-december-19?recruiter=1216582&utm_source=share_petition&utm_medium=facebook&utm_campaign=autopublish&utm_term=mob-xs-share_petition-no_msg

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EE.UU. confirma la nefasta influencia de la estupidez en los asuntos humanos. No se puede calificar de estúpido a Trump: él actúa movido por sus intereses y lo hace sin escrúpulos. El peso de la estupidez recae sobre quienes lo han votado y sobre quienes se han negado a votar a Hillary Clinton so pretexto de que era igual o peor que él. Porque el estúpido es quien causa un mal a otros e incluso a sí mismo sin obtener ningún beneficio.

Entre todos han dado las riendas del mundo a un personaje de opereta. El antidemocrático sistema electoral de EE.UU transforma una diferencia en votos del 0,2% en una diferencia de más del 10% en número de representantes. Pero es la estupidez de los descontentos con las élites que han votado al payaso y la de Susan Sarandon y quienes como ella negaron su voto a Hillary la que ha hecho posible esta catástrofe. Tiempo habrá para lamentarlo.

Martes, 01 Noviembre 2016 00:00

Striptease

La investidura de Rajoy se ha sido un auténtico striptease de los poderes fácticos en España. Han caído las máscaras. De Felipe González sabemos ya que es el sicario político del Ibex 35. Del PSOE, que la democracia interna limita con los intereses de sus barones. Del diario El País, que es el brazo letrado de la derecha. De Ciudadanos, que es la alfombra roja para que el PP se lleve de nuevo el Oscar del gobierno. Y de todos ellos –partidos del establishment, oligarquía financiera y medios de comunicación al servicio de ésta−, que constituyen una verdadera, corrupta y sobre todo feroz casta.

Podemos tenía razón al introducir ese concepto en el debate político. La casta ha conducido el golpe de mano en el PSOE y devuelto al poder a un pésimo presidente. Y ahí están todos, en pelota. De lo que hagan en adelante aquellos socialistas que sí son de izquierdas va a depender el futuro del país. Mucha responsabilidad en plena derrota.

A la literatura, asediada por la dictadura del marketing, la piratería y el mantra del “todo el mundo es escritor”, sólo le faltaba que la Academia Sueca pusiera la gota que colma el vaso de su banalización: el Nobel para Bob Dylan. Una gota de lujo, sin duda, pero gota. Dylan es un músico extraordinario y un gran letrista y es innegable que sus canciones están llenas de poesía. Pero darle un Nobel por la poesía de su música es tan lógico como entregar un Grammy al poeta Nicanor Parra por la musicalidad de su poesía.

Cuando todo vale, cunden las ideas peregrinas. El Nobel de literatura puede ser acertado o erróneo, pero al menos debería servir para defender y promover la literatura. Dárselo a un gran músico es proclamar que la literatura no tiene ya valor alguno en nuestra sociedad. La necesaria interacción entre las artes no puede transformarse en la suplantación de unas por otras. Eso no es modernidad, es pérdida de criterio.

El reciente informe de la Oficina de Evaluación Independiente del FMI reconoce que el BCE, la Comisión Europea y el propio FMI impusieron un programa de rescate que sacrificó a Grecia con el único fin de “rescatar al euro y a los bancos del norte de Europa. Grecia soportó el tradicional golpe de austeridad del FMI, sin las medicinas de compensación del FMI que son la reducción de la deuda y la devaluación monetaria para restablecer la viabilidad del país”, en palabras del analista Evans-Pritchard, quien añade: “Los máximos ejecutivos del FMI engañaron a su propia junta de directores y cometieron una serie de errores de juicio calamitosos en Grecia”.

El informe revela la verdad de la incompetencia de la troika y del hundimiento forzado de la economía griega. Algo vano si no se exige la dimisión de los causantes de la catástrofe y no se cambian esas políticas, que son las mismas que se siguen aplicando contra Grecia todavía.

*Link al artículo del ex ministro de economía griego Varoufakis en el que comenta el informe de la Oficina de Evaluación Independiente del FMI:http://www.pressenza.com/es/2016/09/el-fmi-confiesa-que-inmolo-a-grecia-en-nombre-del-eurogrupo-2/

**Link al artículo de Ambrose Evans-Pritchard en The Telegraph:http://www.telegraph.co.uk/business/2016/07/28/imf-admits-disastrous-love-affair-with-euro-apologises-for-the-i/

 

Lunes, 25 Julio 2016 11:53

Marca España: el tiro por la culata

Cuando uno se va a vivir fuera de España debería organizársele un funeral simbólico porque, a todos los efectos, es como si hubiera muerto. En un país que funciona a base de conversaciones de bar y almuerzos, la ausencia es letal. Sin embargo, estar muerto tiene sus ventajas: pone una distancia que puede ayudar a percibir mejor algunos rasgos de la vida nacional que suelen pasar desapercibidos en medio del ruido social, político y mediático. Y la sociedad española es ruidosa como pocas.

Viviendo en París, por ejemplo, llama la atención al leer la prensa española que la mayoría de los medios centren sus noticias en lo que políticos, empresarios, deportistas o artistas dicen. Que alguien diga que va a hacer algo, es noticia. El seguimiento de ese “algo” a hacer parece no importarle después a nadie. Y cuando llega inevitablemente la hora de hacer balance, de nuevo son las interpretaciones de los datos realizadas por cada implicado las que protagonizan la información. Como si fuera imposible y hasta irrelevante acercarse a una mínima objetividad en los hechos y cifras. Por eso, cuando se comparan las informaciones de medios de comunicación rivales, uno tiene la sensación no ya de que informan desde perspectivas ideológicas y políticas diferentes, sino de que están hablando de realidades y países distintos. No es que haya diversidad de enfoques, es que sólo existe la mirada (la opinión) porque el objeto mirado (la realidad), simplemente desapareció del mapa informativo.

En ese contexto, no tiene nada de extraño que el gobierno de Mariano Rajoy haya hecho tanto hincapié en los últimos años en la idea de la Marca España. En un mundo de marketing, de miradas, lo que importa es la imagen. Que luego el producto encoja cuando se lava, sea cancerígeno o esté producido en remotas fábricas asiáticas por trabajadores esclavizados, no importa. Se trata de sacar provecho y para ello lo que cuenta es la sonrisa, el ruido, el parloteo de los medios acerca aquello que se vende y, sobre todo, acerca del vendedor.

Ahí es donde estar muerto, vivir fuera del suelo patrio, resulta tan útil: uno se ahorra el martilleo propagandístico de la tele, no tiene que tragarse como aperitivo en el bar la colección de sandeces del pregonero de barra, ni participa en esas discusiones en las que todo el mundo habla a la vez y a gritos y resulta imposible comunicarse. Uno está lejos y los árboles cotidianos no le ocultan el bosque. Y lo que uno ve es que el bosque es grande y está muy maltratado.

PAN Y TOROS. Hay que reconocer que esa tendencia a engatusar al público con propaganda y espectáculo, no es nueva, ni en la Historia de la Humanidad, ni en la de España en particular. Una vieja expresión española, “Pan y toros” (versión castiza del “Pan y circo” de los emperadores romanos), lo resume perfectamente: un sustento mínimo y un espectáculo que lo distraiga son las herramientas con que el poder domestica al pueblo. Con ellas se vendan los ojos para hacerlos ciegos ante la incompetencia del Gobierno y ante los verdaderos problemas del país.

En el siglo XVIII, el ilustrado León de Arroyal, el primero que se atrevió a proponer que España se dotara de una Constitución democrática, arremetió contra esa manera de gobernar en un célebre panfleto, conocido precisamente como Pan y toros, donde repartía mandobles tanto contra los ineficaces gobernantes como contra los súbditos dóciles, y hablaba de una España “débil, sin población, sin industria, sin riqueza, sin espíritu patriótico y aun sin Gobierno conocido”. Unas palabras que hacen eco con la crisis en la España actual, donde el modelo productivo ha hecho quiebra, con el reventón de la burbuja inmobiliaria, dejando al descubierto su fragilidad industrial y su dificultad para crear riqueza verdadera, no sólo de papel, y obligando a cientos de miles de españoles a buscar fortuna fuera del país. Y todo ello bajo un gobierno que ha pasado de la inoperancia a la inexistencia.

La Marca España con la que el gobierno del PP ha querido enmascarar la catástrofe de su gestión ante sus propios ciudadanos, so capa de vender la imagen de España a la comunidad internacional, parece responder a la divisa “Pan y fútbol” o “Pan y tele”, parafraseando la clásica. Obviamente, la televisión puede ser una ventana abierta al mundo, el fútbol un deporte entretenido que no tiene el carácter sangriento de los toros y mucho menos del circo romano, y no hay nada que reprocharle al pan, tan sabroso. El problema está en el mal uso que se hace de todo ello.

Pan rancio y espectáculo embrutecido ha sido siempre la fórmula para mantener a los ciudadanos por debajo del umbral de ciudadanía, que está determinado por la dignidad y el conocimiento. Pero lo interesante es que en estos tiempos de aceleración histórica, las viejas fórmulas ya no tienen la eficacia de antes. Por eso, paradójicamente, la campaña de la Marca España se ha vuelto contra el gobierno que la ha puesto en marcha.

¿Cuáles han sido los argumentos de esa Marca España? De un lado, la insistencia en el crecimiento económico y la innovación, de otro en la calidad y capacidad competitiva de los productos españoles, con el deporte como estandarte. Y enmarcando ambos, la idea de que en España se saben hacer las cosas de otra manera, más viva, más eficaz, más decidida. Sin embargo, a la hora de difundirla no parece que los círculos del poder, tan acostumbrados históricamente en España a mandar sin apenas oposición, hayan tenido en cuenta hasta qué punto las nuevas tecnologías modifican las pautas de la vida colectiva.
Porque la imagen de la realidad no se reduce a la página web del Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España (que, dicho sea de paso, es un cargo digno de aparecer en Los viajes de Gulliver). La realidad, en la era virtual, tiene la insidiosa manía de filtrarse a través de las redes sociales, de los cada vez más numeroso medios de comunicación alternativos, de expresare pluralmente por los mil poros de una sociedad cada vez más porosa.

Y la realidad que se filtra más allá de la web del Comisionado son las condiciones salariales deterioradas al extremo que un sueldo miserable por un trabajo temporal y sobreexplotado se convierte en el sueño de millones de personas para escapar aunque sea por un momento a ese paro que sobrepasa el 20% de la población activa, el 45% en el caso de los menores de veinticinco años, y con subsidios recortados. Es el apoyo millonario a clubes que tienen más de especuladores financieros e inmobiliarios que de deportivos, mientras se quitan millones a la educación y la sanidad públicas. Son las televisiones cuya programación está dominada por programas-basura que ofrecen un espectáculo de satisfecha ignorancia y brutalidad, mientras la información en la televisión pública parece dictada directamente desde la secretaría de la presidencia de Gobierno.

ESPAÑA, CAPITAL: PANAMÁ. Por eso, lo que llega a Lisboa cuando se habla de España es, por ejemplo, la catarata de casos de corrupción de cargos públicos españoles, cuyo triste ranking encabeza el PP. Y los lisboetas que se tomaban el 3 de junio de 2014 una cerveza junto a la plaza de Comercio, en el café donde Pessoa y Saramago escribieron parte de sus obras, pudieron contemplar el ondear en esa misma plaza de banderas republicanas españolas, reflejo de las que ondeaban en España tras la abdicación del rey Juan Carlos I, cuyas andanzas africanas y finanzas opacas han sido motivo de comentario, cuando no de choteo, en la prensa europea.

Y no es que la corrupción sea algo ajeno a Portugal, Francia o Italia, estos son tiempos corruptos como bien han demostrado “los papeles de Panamá” y afectan al planeta entero, porque la corrupción está en el corazón mismo de la globalización. Lo que sucede es que el nivel que ha alcanzado en España es de campeonato. De la Corona hasta el más pequeño municipio, el latrocinio se ha hecho regla. Y eso se ve. Mucho.

Por más triunfos deportivos que España logre, y los ha conseguido sonados, por mucho que en el supermercado la vecina lisboeta entusiasta del tenis te salude dándote las últimas noticias de Rafa Nadal, que es su ídolo, la crisis institucional que vive el país y la expatriación de fortunas perpetrada por la élite española, para la cual la capital del país no parece ser Madrid, sino Panamá, están en mente de todos, y en cualquier conversación con amigos o colegas periodistas portugueses sólo te preguntan: ¿tú cómo ves lo de España? Como quien se inquieta por la salud de un pariente enfermo. La Marca España es el apresurado vendaje que trata de ocultar los desgarros de un país herido.

Y lo que esa herida supura huele mal desde lejos. Los sucesivos informes de los relatores de la ONU denuncian la pasividad oficial a la hora de perseguir el uso de la tortura por miembros de las fuerzas del orden. Y la llamada Ley Mordaza, que restringen la posibilidad de acreditar las malas conductas policiales, no hace sino reforzar esa impunidad represiva. España ha vuelto a tener sindicalistas presos, y hasta un par de pobres titiriteros fueron a dar con sus huesos en la cárcel porque el odio ideológico no le permite a la derecha enterarse de lo que es una obra de creación (buena o mala, es lo de menos). Se habla de innovación, pero la reducción de la inversión en ciencia y tecnología empuja a emigrar a miles de universitarios, embajadores de hecho de la realidad del país frente a los discursos triunfalistas. Y los recortes draconianos en cultura, particularmente en el presupuesto del Instituto Cervantes, vienen a ser la prueba de cargo contra esta concepción de la Marca España. Porque si se trata de vender España al mundo, de promocionar nuestra identidad y capacidad, ¿cómo se puede reducir a un estado anémico a la institución que lleva nuestra lengua y cultura a los demás países?

Quienes hemos visitado institutos Cervantes en ciudades como Rabat, Lisboa, Nueva York, París, Milán o Moscú hemos asistido al milagro de ver cómo sus directores y trabajadores consiguen mantener a duras penas su actividad en medio de una verdadera indigencia. Una situación que en vez de remediar lleva al gobierno a la peregrina idea de que esos institutos deben ser autosuficientes. El becerro de oro de nuestra época es sin duda la rentabilidad.

MARCADOS POR ESPAÑA. A quienes asisten desde el extranjero al espectáculo de deterioro político e institucional de España, a su pleamar de corrupción, a la degradación de las condiciones sociales de sus ciudadanos, la famosa Marca tiene poco que decirles.

Sin embargo, esa España real que no entra en la Marca, sino que más bien está marcada a fuego por las decisiones políticas del gobierno, es la que sí ha terminado por ofrecer al mundo la imagen de una España más viva, creativa y decidida con su capacidad de movilización ciudadana. La plaza de la République en París es ahora la nueva Puerta del Sol de los indignados, importando el modelo del movimiento madrileño del 15-M, que ha despertado simpatías en toda Europa. En las calles de Lisboa se ven carteles de actos en los que participan representantes políticos de Podemos. Y el ascenso de la nueva izquierda en España es seguido con atención por las principales voces internacionales del pensamiento alternativo, de Noam Chomsky a Julien Assange.

Y es que uno, que vive fuera como tantos españoles han tenido que hacerlo de mejor o peor grado a lo largo de nuestra Historia, no puede dejar de pensar que esto de la Marca España no es sino otro episodio de patrioterismo de ese sector reaccionario del país que violenta desde hace tanto la vida en común con su intransigencia. Un dato para avalarlo: más del 50% de los votantes del PP nacieron antes del año 1961. El peso sociológico del franquismo y sus delirios sigue ahí. Pero el país ha cambiado. Por eso, en esta mascarada el tiro les ha salido por la culata.

José Manuel Fajardo

*Esta crónica ha sido publicada en el número de julio/agosto de 2016 de la revista TintaLibre. Link a la revista: http://www.infolibre.es/noticias/tinta_libre/2016/06/29/la_farsa_marca_espana_tinta_libre_verano_51857_1042.html