Si faltaba algo para colocar a España en la cima del ridículo era la detención del abogado que se atrevió a filmar la declaración ante el juez de la Infanta Cristina, después de que el juez hubiera prohibido la toma de imágenes de la misma. En un país con millones de ciudadanos obligados por decreto a vivir cada vez con menos dinero, con menos derechos y algunos en la calle al perder sus casas, resulta insoportable el espectáculo de la intransigente defensa de los privilegiados: de la Familia Real a los banqueros, pasando por dirigentes políticos que son tratados con guante de seda aún después de saberse que son unos sinvergüenzas.
La élite española aplaude los motines de Ucrania como “método legítimo” para expulsar del poder a gobernantes democráticamente electos, a los que acusan de pervertir la democracia. Se arriesgan a que llegue el día en que un motín la saque a ella de sus poltronas al grito de “Abajo los privilegios”.
Hace unos días las diputadas del PP ofrecieron el bochornoso espectáculo de su ovación al ministro de justicia español, Ruíz Gallardón, tras votar contra la retirada de la nueva ley del aborto. Una foto inmortalizó el paseíllo torero del ministro y a las diputadas que hablan de vida, pero que van a condenar al sufrimiento las vidas de millares de mujeres.
Amnistía Internacional lo ha denunciado en una carta enviada a Gallardón para pedir la retirada inmediata de una ley que causará “un aumento en el número de mujeres y niñas que recurren a procedimientos peligrosos, inseguros, clandestinos e ilegales poniendo en riesgo su salud y hasta su vida, y limita el derecho de las mujeres y niñas a tomar decisiones por sí mismas”. Quizá se logre el aborto en casos de malformaciones graves del feto, pero difícilmente el Gran Inquisidor Gallardón renunciará a imponer la dictadura católica sobre el cuerpo de las mujeres españolas.
por José Manuel Fajardo
Desde hace treinta años, la ciudad de París viene siendo escenario de una constante aunque discreta peregrinación, que puede pasar fácilmente desapercibida en medio del ajetreo turístico. Tiene lugar en el cementerio de Montparnasse y más concretamente ante una de sus tumbas, la del escritor argentino Julio Cortázar, nacido el 26 de agosto de 1914 en Bruselas y fallecido en París, a los 69 años de edad, el 12 de febrero de 1984. Sobre ella dejan los peregrinos papeles con frases garabateadas deprisa, convencidos quizá de que el triste trámite de la muerte no puede impedirles continuar comunicándose con el escritor.
Son lectores venidos de cualquier parte del mundo, muchos de ellos escritores también. Cada cual ensaya su manera de estar con Cortázar. El novelista chileno Luis Sepúlveda y el mexicano Antonio Sarabia introducen en la ranura de la lápida un cigarrillo prendido hasta que se consume. Y entre escritores cubanos como Amir Valle, Karla Suárez o Raúl Aguiar, ha sido costumbre y casi juramento acercarse a la tumba –aquel que pueda viajar a París– y llevarse a Cuba –aquel que pueda regresar− fotos y libros que habrán de pasar de mano en mano. Homenajes privados a un autor que se comprometió apasionada y críticamente con una revolución cubana que ha perdido en gran medida la aureola que la distinguió.
Precisamente un relato de Raúl Aguiar, Figuras, puede sirvir de punto de partida para medir la sombra del escritor argentino que no sólo se anticipó en una década al llamado “boom” latinoamericano de García Márquez, Vargas Llosa o Carlos Fuentes, sino que encarnó también el espíritu rebelde de los años 60 y 70. El relato de Aguiar, muy cortazariano, narra el imaginario encuentro de Cortázar con una jovencita habanera de nuestros días. Ella vive en una mañana del año 2003. Él, en enero de 1967. Los caprichos de la fantasía los ponen a mantener una conversación imposible en un banco de la Plaza de Armas de La Habana.
El acierto del relato radica en la melancolía que despierta en el lector saber de antemano las tristes respuestas que aguardan a Cortázar cuando éste pide a la muchacha noticias del porvenir: “Tengo miles de preguntas. ¿El hombre llegó a Marte? ¿Y la guerra del Vietnam? ¿Qué ha pasado en Cuba en este tiempo? ¿Fidel sigue vivo? ¿Y el Che? ¿Y el socialismo, triunfó por fin? ¿Sabes algo de Argentina?”. Casi un catálogo de frustraciones.
Lo cierto es que ese interés apasionado por el mundo tardó bastante en despertarse en el Julio Cortázar de carne y hueso. Él mismo reconocía que “había mirado muy poco al género humano hasta que escribí El perseguidor”, uno de sus mejores relatos. En ese momento, contaba cuarenta y cinco años de edad. Cortázar, hijo de argentinos, había nacido en Bruselas y de allí salió con “una manera de pronunciar la erre que nunca pude quitarme”. Aquel fue uno de los muchos rasgos físicos singulares que caracterizaron a Cortázar. Era muy alto y extremadamente delgado. Su rostro fue lampiño durante la mayor parte de su vida, lo que le confería un aspecto de eterno adolescente. Sus ojos eran enormes y muy separados y daban a su mirada un cierto aire asombrado y gatuno. También su carácter era individualista y enigmático: “Yo creo que fui un animalito metafísico desde los seis o siete años… Estaba perpetuamente en las nubes. La realidad que me rodeaba no tenía mucho interés para mí. Yo veía los huecos, digamos, el espacio que hay entre dos sillas y no las dos sillas. Y por eso, desde muy niño me atrajo la literatura fantástica”.
Su literatura empezó a desarrollarse en el territorio de la fantasía pero en sus cuentos, al igual que en su mirada infantil, lo fantástico aparece como un intersticio que se introduce en la realidad, en el discurso cotidiano, transformándolo. Una casa de la que empieza a apropiarse una presencia que nunca se nombra, en Casa tomada. Un fotógrafo que sorprende una escena de seducción entre un adolescente y una mujer y que, al fotografiarla, acaba quedando atrapado dentro de su propia fotografía, en Las babas del diablo. La veta fantástica fue una constante en la obra de Julio Cortázar.
Ya desde pequeño su relación con las palabras, con la escritura, no se diferenciaba de su relación con el mundo en general: “Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”. Esa incomodidad, esa rebeldía lo iban a acompañar siempre, quizá por eso Cortázar fue un lector apasionado de la poesía de Rimbaud y de los textos surrealistas, y en su obra supo rescatar y continuar, sin limitarse a repetirlos miméticamente, los principios y las apuestas estéticas del surrealismo. Como éstos, consideraba que la fantasía forma parte de una realidad superior que integra tanto lo racional como lo irracional. Con ellos compartió la creencia de que los encuentros fortuitos eran todo menos casuales y que el amour fou y el azar funcionan como enigmáticos mecanismos a través de los cuales construyen su destino los hombres.
Un doble encuentro (con la ciudad de París y con el personaje literario de la Maga) fue precisamente el que imprimió un giro radical a su vida y a su obra. En 1950 Julio Cortázar realizó un breve viaje a París y durante la travesía en barco tuvo lugar uno de esos encuentros sorprendentes que fueron una constante en su vida. A bordo viajaba una joven alemana de origen judío llamada Edith Arón. Tenía el pelo negro y ojos verdes. Cortázar no tardó en reparar en ella. Tampoco su figura flaca y su rostro de niño grande escaparon a la curiosidad de Edith. Sin embargo, apenas si cruzaron unas pocas palabras. Al llegar a París se separaron sin dejarse dirección alguna y, a los pocos días, lo que otros habrían llamado casualidad hizo que coincidieran en una librería. Se separaron de nuevo sin darse cita y la extraña fuerza que les acercaba les hizo volver a encontrarse unos días después. La señal estaba clara. Cortázar descubrió que aquella muchacha de hermosa sonrisa era “brusca, complicada, irónica, entusiasta”. Y cuando en 1951 retornó a París para instalarse, no sólo volvió a encontrarla y a mantener una relación que, con aproximaciones y distancias (y con otras muchas mujeres de por medio), duró toda su vida, sino que terminó convirtiéndola en personaje de su obra maestra, la novela Rayuela, al inspirar en ella la figura de La Maga.
Rayuela, publicada en 1963, da cuenta también del trascendental encuentro de Cortázar con la ciudad de París. “París fue la gran sacudida existencial”, recordaba años después. Allí descubrió su condición de latinoamericano, pues “en estas islas terribles en que vivimos metidos los sudamericanos (la Argentina, o México, son tan insulares como Cuba) a veces es necesario venirse a vivir a Europa para descubrir por fin las voces hermanas”. Las voces de otros escritores latinoamericanos, pero también las de los lectores que harían posible después el llamado “boom” al identificarse con una literatura emergente. Al punto que el éxito internacional de las obras de García Márquez, Vargas Llosa o el propio Cortázar de alguna manera expresó, tal como éste defendía, un deseo colectivo de establecer vínculos entre los hombres de América por encima de las fronteras. En otras palabras, la literatura se armonizaba con el movimiento político de cambio revolucionario que recorría en esos momentos el continente y cuyo centro de difusión era la revolución cubana. Nada hay más lógico, pues, que la fascinación que muy pronto manifestó Cortázar por Cuba.
Su vínculo con la revolución fue constante, pero también crítico. Mantuvo siempre su propio criterio (como lo prueba su admiración explícita por Lezama Lima, aún en los dogmáticos años 70), aunque se esforzó en que sus críticas no pudieran ser utilizadas por los enemigos políticos de la revolución, lo cual le llevó a situaciones de franca soledad, mirado con desconfianza muchas veces tanto por los adversarios del castrismo como por las autoridades de Cuba.
A partir de Rayuela, la obra de Cortázar buscó otra realidad posible en medio de los horrores de unas décadas de opresiones, pero también de esperanzas. Vivió el mayo del 68 francés. Publicó la novela El libro de Manuel, en la que reflexionaba sobre los nuevos grupos armados latinoamericanos, cuyas razones compartía, pero con cuya revolución no se identificaba. Fue galardonado con el premio Médicis y el dinero que ganó gracias a éste lo entregó a la resistencia chilena. Formó parte del Tribunal Russell para denunciar las violaciones de derechos humanos. Sostuvo a la revolución sandinista.
Paralelamente, su escritura se hizo cada vez más indagadora, más libre. Fruto de ese esfuerzo son libros en los que mezcla ensayos, comentarios y relatos, como Último round, o novelas de compleja estructura como 62 modelo para armar. El propio Cortázar expresó ese vínculo no dogmático entre literatura y revolución al afirmar que “estamos necesitando más que nunca los Che Guevara del lenguaje, los revolucionarios de la literatura más que los literatos de la revolución”. Amor, revolución y escritura formaron pues el triángulo de la aventura cortazariana.
Julio Cortázar terminó sus días en París, convertido en exiliado por la dictadura argentina y en ciudadano francés por el presidente Miterrand. La empresa literaria de Cortázar fue titánica, pero nunca grandilocuente. Sin duda su gran virtud, como señala su biógrafo Mario Goloboff, fue ser “siempre lúdico; siempre, y a pesar de todo, antisolemne”. El humor y la consideración del arte como placer son rasgos presentes en toda su obra y en algunos casos, como en Historias de cronopios y de famas, verdaderos protagonistas. Quizá por eso, cuando reencontramos a Cortázar en ese espacio fuera del tiempo que son las páginas de un libro, de sus libros, recuperamos también un optimismo que puede parecer incongruente en estos tiempos de descreimiento y fatalismo, en los que si Cortázar apareciera sentado a nuestro lado en cualquier banco de cualquier plaza de París o Madrid y nos preguntara cómo es hoy la literatura, qué nuevos caminos han abiertos los Che Guevara del lenguaje y de la creatividad con los que él soñaba, nuestras respuestas habrían de ser tan frustrantes como las de la muchacha acerca de la Revolución en el relato de Aguiar. Preguntas que nos remiten al germen de otro mundo que habita en el seno del nuestro, pero que no sabemos hallar porque hemos perdido ese arte del encuentro del que Cortázar fue maestro. Quizá por eso los lectores que pasan cada día ante su tumba parisina no son simples turistas curiosos o nostálgicos que persiguen vanamente su sombra. Son sus cómplices.
Esta crónica de José Manuel Fajardo, publicada originalmente por Le Monde Diplomatique en el año 2004, fue actualizada en febrero de 2014 para el blog "Fuera del juego".
Dos años después de su creación este blog de periodismo independiente “Fuera del juego” supera el medio millón de visitas. La opción de abrir un espacio propio para difundir y comentar información sin ninguna clase presión externa, que tomé como escritor y periodista con una trayectoria profesional de más de 35 años, se ha visto respaldada así por los lectores y entronca con el creciente protagonismo de los espacios informativos independientes en Internet.
Ante la transformación de los grandes medios de comunicación en negocios de opinión de intereses creados, resulta más fiable seguir la actualidad leyendo, por ejemplo, medios digitales como www.eldiario.es o www.infolibre.es, hechos por profesionales del periodismo que encuentran en el mundo virtual un espacio para la información veraz, al igual que en blogs como los de Iván Thays o Emma Rodríguez se da cuenta del mundo del libro sin el dictado del mercado.
*Links a los otros espacios de Internet citados en esta entrada:www.eldiario.es ; www.infolibre.es ; http://ivanthays.com.pe/ (para leer el blog MOLESKINE ® LITERARIO) ;http://lecturassumergidas.com/ (revista literaria de Emma Rodríguez)
Mientras la Infanta Cristina declara ante el juez, los defensores de la Monarquía se esfuerzan en demostrar que un país cuya soberanía reside en el pueblo debe tener un jefe del Estado que no está sometido a refrendo electoral.
El argumento de fondo no puede ser más ofensivo: los españoles necesitan un árbitro simbólico para escapar a sus tentaciones fratricidas, luego más vale confiar en la Familia Real que en la voluntad popular. Pero miembros de esa familia fueron Felipe V, instaurador del centralismo, Carlos III bajo cuyo mandato seguía imperando la Inquisición, Carlos IV que entregó el país a los franceses, el déspota Fernando VII, Isabel II cuya corte era un delirio de santones y depravados, Alfonso XII que recortó derechos al País Vasco y Cataluña y Alfonso XIII, que apoyó la dictadura de Primo de Rivera. Con esa realidad histórica, ¿se puede defender que sus herederos detenten un poder que no emane de las urnas?
Todas las encuestas electorales lo dicen: los socialistas españoles, principal fuerza de la oposición, no levantan cabeza pese al descrédito del gobierno del PP. Se apunta como razón la responsabilidad del PSOE en la crisis por haber mantenido el mismo tipo de políticas económicas que la derecha. Pero actitudes como la de su ex secretario general permiten intuir además otros motivos.
El mes pasado, González anunció su abandono del Consejo de Administración de la empresa Gas Natural, al que pertenece desde 2010, “porque es muy aburrido”. Tres años cobrando 126.000€ por aburrirse y se da el arrogante lujo de despreciarlos. Son muchos los líderes políticos que anidan en ese tipo de Consejos tras su paso por el poder, mientras seis millones de españoles están en paro, dos millones de niños en el umbral de la pobreza y decenas de miles de familias expulsadas de sus hogares. ¿Por qué habrían de votar a los González de turno?
En una nueva vuelta de tuerca, Bruselas plantea a Grecia un rescate a 50 años. Una condena a medio siglo de penurias y explotación, bajo la dictadura de los mercados. Sin independencia política alguna en materia económica, el gobierno griego sigue anteponiendo los intereses de sus acreedores a los de sus ciudadanos. El euro es la cárcel donde se pudren los griegos. Y no es casual que sea en Grecia donde el equilibrio social se haya roto con la irrupción de los neonazis. La política de austeridad decretada por Merkel conducirá antes o después a una revitalización del fascismo en Europa.
La salvación de Europa pasa por recuperar en muchos de los estados que la componen esa libertad económica que la pertenencia a la zona euro impide. Salir del euro es la única vía para que el sueño europeo no se convierta en pesadilla en países como Grecia, España, Portugal o Italia. El camino lo marcó Islandia, pero las élites se niegan a verlo.
Qué elocuencia la de las encuestas. El Instituto Nacional de Estadística de España nos dice hoy lo que todo el mundo sabe, pero el gobierno no quiere escuchar: que el suicidio es la primera causa de muerte no natural entre los españoles. La Marca España está resultando ser una marca de muerte. Lo dicen las cifras: el número de suicidios creció un 11% en el año 2012, sobrepasando a las muertes por accidente de automóvil.
Mientras tanto, el juez ha autorizado a la Infanta Cristina a acudir a declarar escondida en un coche hasta la puerta misma del juzgado, para que su real figura no sufra la humillación de ser contemplada por sus súbditos. Y ojos que no ven… Los ciudadanos españoles, candidatos al paro, a los desahucios, a la emigración económica y potenciales suicidas pueden dormir tranquilos. La imagen de la Jefatura del Estado & family no se verá afectada por las sospechas sobre corrupciones y prebendas. Todo está en orden.
Uso para esta entrada el título de un artículo de la escritora Cristina Fallarás sobre la muerte de otra escritora, Assumpta Roura, fallecida en el olvido y la miseria en estos tiempos sin memoria ni piedad. Es más que una triste noticia y una reflexión tan justa como amarga. Es la prueba del estado terminal al que está llevando a la cultura una concepción mezquina y usurera de la política y de la sociedad.
Roura publicó en grandes editoriales, esas que luego abandonan a los autores que no les son tan “rentables” como sus directores de marketing esperaban. Acabó en una casa de Cáritas, tras una pensión de mala muerte, hasta que el cáncer se la llevó. Qué indefensión la de los escritores, carentes de derechos que la mayoría de los trabajadores tienen, perceptores apenas del 10% del precio sin IVA de sus libros, cuando estos no son robados por algún descerebrado que viene a certificar que en esta sociedad su trabajo no vale nada.
*Link al artículo de Cristina Fallarás: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/ellas/2014/01/29/muerte-de-una-escritora-brillante.html
La frase “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” se cumple al pie de la letra en China, según las revelaciones sobre el ocultamiento de fortunas millonarias en paraísos fiscales de buena parte de su élite política. Una corrupción no tan sorprendente pues si en Europa, donde hay una oposición política que debe ejercer el control y la crítica, la corrupción de la élite también se da, ¿cómo no iba a darse en el país que disputa el liderazgo económico con EE.UU. sin admitir el menor pluralismo político interno?
Lo llamativo en este caso es el doble lenguaje que usan los medios de comunicación: ante el crecimiento económico chino se habla de capitalismo de estado, pero ante la corrupción se habla de comunismo. La información transformada en propaganda ideológica. La falta de pluralismo del comunismo autoritario que gobierna China sólo ayuda a la corrupción que nace de la voracidad de su capitalismo.