Un latinajo de uso entre estudiantes de derecho dice que “excusatio non petita, accusatio manifesta”. Con su intempestiva acusación de incapacidad política a Rajoy, el ex presidente Aznar acaba de dar vida a una nueva versión de la frase: “accusatio no petita, excusatio manifesta”.

Que uno de los padres de la política económica que ha llevado a España a la catástrofe actual venga dando lecciones incluso a quienes han seguido sus pasos y amenace (sólo pensarlo da miedo) con volver a la política para poner orden, resultaría inexplicable si no se recordara que el nombre de Aznar está ligado a los pagos de sobresueldos a dirigentes del PP y que los casos de corrupción y doble contabilidad de su partido mientras él estuvo al mando le van poniendo, poco a poco, contra las cuerdas. Si fue mal presidente ha resultado un todavía peor ex presidente y, por lo que se ve, la depuración democrática de responsabilidades se le indigesta.

La Audiovideoteca de Buenos Aires, un organismo dependiente del gobierno de la ciudad, se está poniendo en contacto con escritores de todo el mundo que han sido retratados por el reconocido fotógrafo Daniel Mordzinski, cuyo archivo fotográfico fue destruido hace unos meses por el diario Le Monde. Su propósito es buscar copias de fotografías en papel que Mordzinski haya regalado, “para digitalizarlas y devolverlas en perfecto estado a sus propietarios”.

Una iniciativa que quiere recuperar al menos parte de las 50.000 fotografías destruidas. Un gesto de resistencia a la fatalidad de la estupidez. También un homenaje y una reparación al artista, que no ha recibido de Le Monde más que unas excusas que a duras penas esconden la decisión del diario de no asumir su responsabilidad en la catástrofe ni reparar el daño causado. El gobierno de Buenos Aires demuestra en este caso que le sobra la decencia que a Le Monde le falta.

En el franquismo se solía decir (así, en inglés) que “Spain is different”. Y claro que lo era, en España no había la libertad que sí había en muchos otros países europeos. Pero el lema parece haber sobrevivido al régimen que lo ideó, adaptándose a la nueva época sin perder sus raíces. Su versión actual (traducida) sería: “La derecha española es diferente”.

Se ha comprobado hace unos días, cuando el gobierno español integró en un homenaje a la Guardia Civil a un grupo de veteranos de la División Azul, voluntarios fascistas que lucharon junto con los nazis en la URSS, apoyando el genocidio de 20 millones de personas. El PP, que se niega, “para no reabrir heridas del pasado”, a apoyar la exhumación de cadáveres de los 100.000 desparecidos víctimas del franquismo, que convierten a España en el mayor cementerio clandestino de Europa, homenajea a quienes lucharon al lado de Hitler. No hay duda de que esta derecha “is different”.

A lo mejor no se podía cambiar el mundo. O el cambio era tan pequeño que sólo con uno de los microscopios de Pasteur se podría identificarlo. A lo mejor era un tópico o estaba llamado a convertirse en un tópico. Pero ese cantautor de guitarra, pelo desgreñado y barba larga que entonaba canciones que querían (pero lo querían de verdad, con rabia, con ganas, con uñas y dientes) cambiar el mundo porque daban cuenta de él (y quizás nombrarlo fuera ya el inicio del cambio), ese cantante hacía que por unos momentos (tres minutos más o menos, lo que dura una canción) uno pudiera soñarse otro y soñar otra realidad.

Cuando hay diputados neonazis griegos que se pasean armados como pistoleros. Cuando se es negro o inmigrante magrebí o asiático, y la piel o el habla o la manera de vestir te pueden convertir en víctima de los golpes, las cuchilladas o los fósforos de grupos de matones que se pretenden patriotas. Cuando el partido que más crece en Inglaterra, el de la Independencia Británica (UKIP), tiene en el punto de mira a los inmigrantes, y el que más crece en Francia (FN) considera digno el suicidio de un ex miembro de las OAS (terroristas anti-argelinos de los años 60), como gesto contra las bodas gays y la islamización de Europa.

Entonces es que el odio corre libre por las calles como un espectro de muerte a la busca de cuerpos y mentes de los que posesionarse. Y el que dos hombres enfermos de odio, del que sienten y del que reciben, maten a machetazos a un soldado en plena calle de Londres, se convierte en la atroz cosecha de lo que se siembra.

El título de una de aquellas comedias que “españoleaban” en tiempos del franquismo, “Vente a Alemania, Pepe”, hablaba en términos de comedia del drama de los millones de españoles que tuvieron que emigrar en los años 60 porque carecían de futuro en su patria. Ahora el gobierno del PP acaba de acordar con el gobierno de Merkel, primer responsable de la fatídica política de recortes que ha subido hasta seis millones el número de parados en España, que cada año 5.000 jóvenes españoles irán a trabajar a Alemania.

Por supuesto que es mejor tener trabajo en Alemania que “disfrutar” del paro sin esperanzas en tu tierra, pero si al gobierno de Rajoy le quedara un ápice de vergüenza, después de firmar el acuerdo debería dimitir y convocar elecciones urgentemente, para poner fin a este mal gobierno. Cuando la puerta de salida es motivo de alegría, está claro que no se tiene nada que ofrecer a los ciudadanos para que vivan dignamente.

El fútbol como negocio del espectáculo cada vez se vuelve más metafórico. Mourinho se va. Tras meses de polémicos gestos que parecían destinados a enfurecer a los propios (el caso Casillas tiene todos los elementos de una provocación programada), han sido sus malos resultados en esta temporada los que le sacan del banquillo del Real Madrid.

A estas alturas está claro que esa salida era lo que estaba buscando. Que haya logrado desquitarse con el Barça, después de que este le arrasara una y otra vez durante años, es parco balance: nadie construye un proyecto obsesionándose con otro. Las malas maneras de Mourinho (tan ajenas a la forma educada con que los portugueses expresan su orgullo) son el marketing personal de quien sólo conjuga el mundo con el pronombre de la primera persona del singular, como si no existiera el nosotros. Cuando se dirige así un equipo, se logran resultados pero no verdaderos éxitos. Y a veces ni eso.

La jurista Consolación Baudín lleva meses denunciando la agresión que sufrió en la manifestación de apoyo a los mineros que tuvo lugar en Madrid el pasado 11 de julio. Un pelotazo de goma de la policía le produjo fracturas que casi le cuestan la vida. Un hecho que el Gobierno niega, pese al parte médico que lo avala, y que revela una manera de concebir la política propia de un western.

Delegada del Gobierno en Madrid y amante del cine de Kurosawa, Cristina Cifuentes dirige, con la confianza de un samurái en las armas, la represión de las protestas que ha dejado un rosario de agresiones a manifestantes. La persona tolerante que decía ser ha dado paso a una política heredera de la goyesca filosofía del garrotazo expresada en una frase de Fraga, fallecido presidente del PP y ex ministro de Franco: “la calle es mía”. Tenerla como sheriff de la ciudad es una apuesta segura por los abusos policiales y un peligro para los ciudadanos.

Los buenos periodistas son aquellos que saben mirar en las candilejas del teatro del mundo, los que encuentran una rendija que se asoma a la realidad profunda de su tiempo. Ese es el caso de Antonio Jiménez Barca. Cada una de sus crónicas para el diario El País desde Lisboa es un viaje al corazón de la sociedad portuguesa. La última da cuenta de cómo los conductores de autobús lisboetas han creado un depósito de alimentos (en un cuarto sin uso de las cocheras de la empresa) para ayudar a sus compañeros que pasan hambre a final de mes.

Es la crónica de cómo las políticas de recortes hacen que muchos trabajadores apenas puedan sobrevivir aun teniendo trabajo. La crónica de la depauperación de los salarios y el forzado retorno a formas de solidaridad del siglo XIX tras la ruptura de los mecanismos de protección social. La Unión Europea está creando un presente decimonónico, primer paso hacia un futuro de arbitrariedad medieval.

*Link al artículo de Jiménez Barca: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/05/17/actualidad/1368809008_442606.html

Ha muerto el dictador Videla, cuyo régimen aterrorizó Argentina, de 1976 a 1983, so pretexto de combatir el terrorismo. El representante de una dictadura que ni siquiera respetó su propia legalidad dictatorial y abrió la puerta al espanto sin regla de los desaparecidos y los niños traficados.