El filme “The Artist” ha tenido el coraje de dar al cine mudo un lugar en la propuesta artística de la era de la comunicación y el ruido. Esa apuesta de riesgo parece querer señalar la depreciación de la palabra en la sociedad de la imagen. Una depreciación que no nace tanto de la incapacidad de las palabras para nombrar el mundo como de una adulteración y banalización del lenguaje que llega hasta lo literario (prensa incluida).
La logorrea de nuestra época aturde. Este es un mundo de cotorras en el que el griterío mediático amenaza con dejar mudos a los creadores más interesantes y arriesgados, reduciendo la diversidad artística a una franja cada vez más angosta e inaudible. “The Artist” responde con brillante precisión a los versos de la poeta cubana Fina García Marruz, reciente premio Reina Sofía de poesía, en su poema a Chaplin: “no es que le falte/ el sonido/ es que tiene/ el silencio”. El necesario silencio para pensar.
Se dice que en el Caribe la gente tiene sentido del ritmo, pero hay caribeños tan negados para el baile como el más torpe europeo. Ahora el gobierno cubano anuncia una reforma “lenta” de las leyes migratorias del país. Con la demora administrativa que caracteriza a la Revolución desde que dejó de ser revolucionaria para convertirse en institucional, la palabra “lenta” parece un pleonasmo.
A las limitaciones que los emigrantes del Tercer Mundo encuentran para entrar en los países desarrollados, se suman en el caso cubano las limitaciones que su propio gobierno les pone para salir de su país. Los emigrantes cubanos son una fuente esencial de ingresos para la isla, pero no se les trata con gratitud sino con desconfianza, castigándoles económicamente. El gobierno cubano recuerda su derecho a decidir el ritmo de los necesarios cambios en el país. Pero quien apenas si da dos pasos se acaba quedando solo en la pista de baile.
El parlamento francés ha aprobado una ley que castiga a quienes nieguen la existencia histórica de los genocidios. Parece una iniciativa legal bienintencionada, pero ¿qué sentido tiene legislar sobre la verdad histórica? Si hay una ciencia inexacta por definición, esa es la Historia. La verdad histórica cambia en cada época. Elevar esa verdad a rango de ley inviolable es un acto totalitario, por muy adornado de virtudes morales que se presente.
Porque ni siquiera en la misma época todos están de acuerdo sobre la verdad histórica. La ley francesa se dirige de hecho contra quienes nieguen el genocidio de los armenios a manos del estado turco. Pero los turcos recuerdan el genocidio francés contra los argelinos. Cuando Francia todavía es incapaz de admitir su responsabilidad en Argelia y se resiste a asumir su participación en el holocausto de los propios judíos franceses, una ley así tan sólo expresa una doble moral.
Hoy hacemos como si Jesucristo hubiera nacido la noche del 24 al 25 de diciembre pero no es cierto, esa fecha la impuso el papa Julio I en el año 350 después de Cristo para hacerla coincidir con la antigua celebración del dios Saturno de los romanos y con la celebración del solsticio de invierno de los rituales paganos. Fue una fecha fingida (antes de ese año se celebraba la fecha de nacimiento de Cristo el 6 de enero) y a su mentira se atiene hoy el mundo católico entero.
¿Cuál es el papel de las mentiras en la Historia? De sus virtudes en la literatura tenemos pruebas sobradas. Lo fingido verdadero es la esencia del arte: ficciones que nombran la verdad con sus embustes. El arte miente pero no engaña. Pero en la vida social, la mentira suele ser letal. Poco importa que Cristo naciera un día u otro (queda el dato del oportunismo de la Iglesia, tan revelador). El problema es su pedagogía: prepara el espíritu a aceptar nuevos embustes.
Cada año, en España el 22 de diciembre se convierte en jornada litúrgica del único Dios verdadero: el Dinero. La Lotería de Navidad deja al país en suspenso, colgado de las vocecillas de los niños huérfanos que cantan los números del sorteo. Después viene la exhibición de alegría y champán de los afortunados, y el resto empieza a soñar con el siguiente sorteo.
Pero uno sospecha que, mientras esos bombos que contienen los números y los premios salen en la televisión, hay otro bombo, secreto, que gira oscuramente en alguna cámara blindada de alguna institución (¿financiera, política?), del cual las autoridades de turno van extrayendo tanto premios como castigos. En la televisión se grita: “ha salido el gordo”. Y en los despachos del poder se decreta: “16.000 millones menos del presupuesto del Estado y medio billón de euros más para la banca europea”. En esa lotería secreta el premio de pocos implica el castigo de muchos.
El debate de investidura ha dejado algunas cosas claras. La primera es que Mariano Rajoy, además de una mayoría absoluta que le asegura poder imponer sus políticas si no logra acuerdos, también tiene buena pegada parlamentaria y un eficaz tono moderado. Prueba de que la crispación era cosa de la derecha y se acabó cuando ésta ha vuelto a lo que considera el orden natural, o sea, a detentar el poder.
Pero lo llamativo ha sido el desfondamiento también parlamentario de la izquierda. El PSOE lo tiene difícil para oponerse porque de hecho comparte la visión neoliberal de la crisis y ha puesto las bases para los recortes que vienen. Izquierda Unida estrena un líder flojo con discurso que más parece declaración de principios que argumentación destinada a rebatir y convencer. La izquierda tiene que despertar de su narcosis liberal o de su ensimismamiento para buscar un discurso alternativo o va a haber derecha para una década.
Los pequeños gestos son a veces muy reveladores de la realidad. El discurso de investidura como jefe de gobierno de España de Mariano Rajoy tuvo un tono ambiguo con anuncio de recortes y buenas intenciones para los parados y los jóvenes. Lo revelador fueron los aplausos de sus diputados del PP porque aclaran la verdadera primacía de valores.
La primera ovación fue a la declaración de fe en la capacidad de los españoles para salir adelante (un Arriba España moderno). La siguiente, para el pago del IVA de los empresarios sólo cuando estos lo hayan cobrado (los negocios ante todo). La tercera, para la supresión de puentes festivos (aviso a los trabajadores). El poder posmoderno recuerda al de la época merovingia: la casa del señor y sus intereses son la medida de la sociedad. El PP tiene un programa destinado a que en su casa, que es la de los mercados y los grandes empresarios, haya orden y prosperidad. Cómo no van a aplaudirse.
La retórica de la banda terrorista ETA y su entorno ha presentado siempre sus crímenes como parte de un conflicto militar, en el que ambas partes estarían parejas en el recurso al crimen. Es la llamada equidistancia, que presenta como iguales a las víctimas de ETA, a los muertos en enfrentamientos con la policía y a los asesinados por grupos paramilitares como los GAL o el Batallón Vasco-Español.
Colocar en el mismo plano a victimas de los atentados de los GAL y a etarras fallecidos en un tiroteo con la policía es hipócrita: no es lo mismo asesinar que perseguir asesinos. ¿Qué decir de poner al mismo nivel a niños que murieron por la explosión de un coche bomba y a etarras fallecidos por la detonación accidental del explosivo que manipulaban para poner un coche bomba? Pero no se puede ignorar que desde las filas del Estado se cometieron asesinatos. La equidistancia entre reconocer e ignorar la verdad también es inaceptable.
Qué extraña la soledad del ser humano. Siempre rodeado de otros y siempre con ese sentimiento fatal de que, al igual que una isla, el mar de la vida se interpone entre nosotros y aquellos que vemos y frecuentamos. Somos islas a la deriva que tienen el prodigioso don de comunicarse, de enviarse mensajes, como el viento o las aves arrastran el polen de una tierra a otra en los archipiélagos.
La literatura es uno de esos pájaros que sobrevuelan el mar de la soledad. La música otro. Pero la música tiene también la elocuencia de lo vivido, como la comida. Una melodía lleva al tiempo en que se escuchó por primera vez, en que se bailó o se amó a su compás. No se recuerda, se revive. Ayer murió Cesaria Évora y con ella la voz de una saudade atlántica y africana que cada cual recreaba a su manera al escucharla, nombrado todas las soledades. Una isla humana de menos, que sin embargo supo hacer visible para los demás al archipiélago que le dio vida.
El jefe del gobierno portugués intenta introducir el límite del gasto en la Constitución, al igual que hizo Zapatero en España con apoyo del PP. El gobierno italiano defiende medidas draconianas. La Unión Europea funda la religión del recorte. Todos exigen sacrificios y culpan al gasto del Estado de la crisis. ¡Qué mezcla de embustes e ineptitud!
La clase política no tiene valor (ni interés) de ponerle el collar al gato de los mercados. Y si hay que hacer sacrificios, también hay que saber para qué servirán. ¿Para imponer una dictadura económica con reformas fraudulentas de las constituciones? ¿Para recompensar a los causantes de la crisis? ¿Para que los ricos lo sean tanto que alguna migaja de su plato termine por llegar a la boca de los pobres? Los límites que hay que poner no son al gasto sino a la especulación, a la desregulación bancaria y a la intervención de las agencias de calificación, que son el virus de la crisis.