El Gobierno de Estados Unidos sufre un extraño síndrome cuando acude a las reuniones de la ONU. A veces, no sólo escucha las resoluciones aprobadas por la asamblea de ese organismo sino que castiga a sangre y fuego a aquellas naciones que no las cumplen. En otras, una repentina sordera le hace no darse por enterado de lo que esa asamblea aprueba e ignorar olímpicamente sus resoluciones.
La ONU acaba de aprobar por 186 votos a favor, 3 abstenciones y 2 en contra, de EE.UU e Israel (lo de esta pareja es ya una relación escandalosa), una nueva condena casi unánime contra el embargo de EE.UU a Cuba. La voluntad de la comunidad internacional, invocada por las autoridades estadounidenses cuando les conviene para justificar invasiones y bombardeos a otros países, se convierte en nada cuando contradice aquello que ellas preconizan, como sucede con Cuba e Israel. Se ve que la ONU sólo es sagrada cuando a EE.UU le interesa que lo sea.
Italia es un país fascinante por muchas razones. El paisaje, la Historia y la cultura parecen haberse aliado allí para ejercer su hechizo sobre el observador: Roma o Nápoles provocan el vértigo de ciudades que se hunden en el subsuelo como si quisieran tocar el corazón ardiente de la Tierra. Y no resultaba menos fascinante la paradoja, entre esas ruinas que hablan de esplendores perdidos y de destrucciones, de una vida política y cultural que, en las pasadas décadas de los 50, 60 y 70, era una referencia mundial de inteligencia creativa.
Hoy, esa fascinación se ha roto. Basta abrir las páginas del diario o asomarse a la pantalla del televisor, para comprobar hasta qué punto la tragicomedia berlusconiana a dado al traste con el prestigio italiano. Rodeado de mujeres-trofeo, maquillado como para salir a escena, su reino de la apariencia se desmorona y revela una Italia libre de paradojas: ahora las ruinas lo ocupan todo.
El fútbol es hoy más que un deporte. Es una religión, un fenómeno sociológico, una metáfora. Lo que el circo a los romanos (sin muertos, felizmente). Espectáculo y catarsis. Desfogue y generador de violencia. Sus héroes, como los antiguos gladiadores, son admirados y detestados, elevados a la gloria o vilipendiados sin piedad. Por eso, lo que en el fútbol acontece no es anécdota sino síntoma.
Un modesto equipo de fútbol, el Levante, encabeza la liga profesional en España. Son deportistas que no salen en televisión ni en las revistas del corazón y si a duras penas se abren hueco en las páginas deportivas es porque están haciendo lo imposible: desbancar a los reyes del mambo, a los becerros de oro. Ni Real Madrid, ni Barcelona. El Levante manda hoy en el fútbol español. A golpe de sudor y de trabajo en equipo. Sin cuentas millonarias ni pasarelas de moda. La metáfora de otro mundo posible, aunque sólo sea mientras sale el sol.
Que la Iglesia Católica se entrometa en la vida política española no es una novedad. Lo lleva haciendo desde la creación de la Inquisición española, con una concepción totalitaria que ha mandado a la hoguera, a la cárcel o al exilio a millones de españoles a lo largo de cinco siglos. Sólo durante la transición a la democracia adoptó una actitud tolerante que hoy parece haber olvidado.
Poniendo en práctica aquello de “¿cuál es el color del caballo blanco de Santiago?” pide ahora el voto para el PP por el hipócrita sistema de desaconsejar votar al resto. Algo que no sería inquietante si no se fundara en la idea de preconizar la imposición desde el Gobierno de su ideario en cuestiones sociales y morales no sólo a los católicos sino a toda la sociedad. Pero el progreso en España ha pasado históricamente por limitar la posición privilegiada de la Iglesia. Sin querer, ha dejado claro cuál es la única opción a la que no conviene votar.
De Chile a España, muchas de las protestas sociales contra los ajustes aprobados por los gobiernos con motivo de la crisis son en defensa de la educación pública. Prueba de que la enseñanza está en el corazón mismo de la sociedad moderna. Los derechos humanos surgieron de un movimiento, la Ilustración, que hizo de la pedagogía el gran arma del cambio social. Diderot y Rousseau pugnaron por universalizar el conocimiento, sacándolo del reducto de los privilegiados para llevarlo al pueblo, el nuevo sujeto de la Historia.
Ahora, la derecha proclama el sofisma de la necesidad de recortar derechos para preservar la existencia de esos mismos derechos que se recortan. Es la hipócrita propuesta de un mundo clasista que torna la democracia en cáscara hueca. En el fondo se trata de decidir qué tipo de civilización va a ser la nuestra tras la crisis: fundada en la desigualdad y los privilegios o en la universalidad de los derechos.
El pasado mes de marzo, los presidentes Zapatero y Cameron, al pedir el apoyo de sus respectivos parlamentos a la intervención de la OTAN en Libia, afirmaban que “el objetivo no es derrocar a Gadafi” sino proteger a la población civil. Lo mismo que decía Obama. En abril, Cameron, Obama y Sarkozy decían que seguirían en Libia “hasta que Gadafi abandone” (¿se referían al poder o a este mundo?). Después, Cameron y Sarkozy propugnaba “arrestar y juzgar a Gadafi” (¿pero el hecho de arrestarle no sería ya un derrocamiento?).
Visto que la OTAN no se ha bombardeado a sí misma para proteger a la población civil de Sirte de sus propios bombardeos, visto que ha seguido atacando a los gadafistas cuando estaban acorralados y que, al final, Gadafi ha sido asesinado, se puede concluir que el objetivo de la OTAN era precisamente derrocar a Gadafi. Una prueba más de que los líderes mundiales tratan a sus ciudadanos como si fueran imbéciles.
Ayer fue una de esas jornadas que parecen la radiografía de una época. La organización terrorista ETA anunciaba el fin de 43 años de atentados sin obtener ninguna concesión política. Mientras en Sirte el dictador Gadafi era ejecutado por los rebeldes luego de ser herido por la OTAN. ETA dice adiós con 800 asesinatos y miles de vidas destruidas. Una montaña de terror para nada. Gadafi ha sido asesinado tras años de tiranizar a su pueblo y viendo cómo las potencias que le aplaudían como represor del islamismo armaban ahora a sus enemigos y bombardeaban a sus leales.
Europa se reserva la paz para sí, pero dignifica la guerra. Son sólo las violencias devaluadas políticamente las que se rinden o se eliminan. Es el turno de los violentos de conciencia tranquila, los que matan en nombre de los valores en alza. Nadie, más allá de los allegados, va a llorar por sus víctimas. Si no, que les pregunten a los civiles bombardeados en Sirte.
Las cifras tienen una elocuencia apabullante. Hace más de 60 años que se habla del conflicto judeo-palestino. ¿Qué nos dicen los números? Que en 1948, tras la guerra con motivo de la creación del estado de Israel, más de 700.000 palestinos tuvieron que exiliarse. A continuación, llegaron a Israel más de un millón de emigrantes judíos. El territorio de Israel siguió aumentando y hoy más de 7 millones de isrealíes vivien en 22.141 km², mientras que casi 4 millones de palestinos se hacinan en 6.228 km².
Si se suman los millones de exiliados palestinos, la población de ambas comunidades es casi la misma. Pero el valor de la vida no parece ser igual. Durante la Operación Plomo Fundido del ejército isrealí en Gaza, en 2008, murieron 4 israelíes y 1.166 palestinos, según fuentes de Israel. Ayer se intercambió por fin a un soldado israelí por 1.027 presos palestinos. No es tan raro, viendo cómo se cotiza allí la vida de unos y otros.
¿Cómo pueden salir los demonios del Infierno? Esa es la pregunta cuando se quiere poner fin a un movimiento terrorista. Porque el camino que va de considerarse un héroe de la causa a ser visto como simple asesino no es fácil. De guerrero a criminal, un desbarrancadero del amor propio. Y sin embargo, hay infiernos que sólo se clausuran del todo por falta de mano de obra, de modo que hallar una salida para esos demonios es también interés de las víctimas.
La conferencia de paz del País Vasco no responde a una necesidad de la sociedad española. En realidad, quien más la necesita es la propia ETA: la petición internacional de fin de la violencia puede servirle de excusa para abandonar las armas y esa sería su única utilidad. El resto es pose. Los etarras saben, por más que aparenten, que saldrán de su infierno no rumbo al cielo de la negociación política sino al largo penar del purgatorio. El último tema de conversación que les queda.
Cuando quienes deberían representarlos no lo hacen y la mayoría de los medios de comunicación son meros portavoces de los intereses económicos y políticos de sus propietarios, a los ciudadanos sólo les queda la calle. La vieja ágora de la primera democracia ateniense. La voz de la calle se ha oído en todo el mundo con fuerza. No sólo para protestar sino para presentar su discurso y sus alternativas.
De las pancartas de Lisboa se puede extraer parte del relato indignado: “Mi vida está congelada”, mientras “los capitales son libres y los pueblos, esclavos”, decían. Así pues, “sálvate del rescate”. Porque “no es la crisis, es el sistema”, un duro combate “capitalismo versus Humanidad”. Y denunciaban que “la justicia está en las Caimán de vacaciones” y que “en sanidad la austeridad puede matar”. Y exigían que “quiten sus manos de nuestros derechos”. Para que la historia no termine con “…y fueron pobres para siempre. FMI ”.
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